El desafío de construir coaliciones en un electorado dividido
El panorama electoral colombiano hacia 2026 presenta una configuración política inédita, caracterizada por la coexistencia de tres fenómenos simultáneos: la fragmentación del espectro ideológico en múltiples candidaturas, la persistencia de la polarización entre izquierda y derecha, y un nivel excepcional de desconfianza y desapego ciudadano hacia el sistema político tradicional.
Las encuestas recientes no solo revelan quiénes lideran las preferencias, sino que evidencian una transformación profunda en la relación entre líderes políticos y ciudadanía. El hecho de que ningún candidato supere el 21% de intención de voto mientras más del 60% del electorado permanece indeciso o desconectado sugiere una crisis de representación que trasciende las figuras individuales.
Este escenario plantea interrogantes fundamentales sobre la capacidad del sistema político colombiano para canalizar las demandas ciudadanas y sobre la viabilidad de construir mayorías gobernantes estables en un contexto de alta fragmentación y baja legitimidad institucional.
La paradoja de la polarización fragmentada
Colombia enfrenta una aparente contradicción: mientras el debate político mantiene niveles elevados de polarización entre izquierda y derecha, con figuras como Petro y Uribe ejerciendo roles protagónicos, la distribución del voto muestra una fragmentación que diluye esta dicotomía. El electorado parece estar polarizado en términos discursivos pero fragmentado en términos de lealtades políticas concretas.
Esta situación genera un escenario complejo donde los candidatos deben simultáneamente diferenciarse ideológicamente para mantener a sus bases militantes, pero también moderar sus discursos para atraer al amplio segmento de indecisos. La estrategia electoral exitosa deberá equilibrar identidad ideológica con capacidad de construcción de consensos amplios.
El colapso del voto de centro como fenómeno estructural
A pesar de que diversas encuestas identifican al centro como el espectro político más numeroso en términos de autoidentificación ciudadana, ningún candidato centrista logra capitalizar este potencial. Sergio Fajardo, con tres campañas presidenciales en su historial, no alcanza el 8% de intención de voto. Claudia López, con el reconocimiento de haber sido alcaldesa de la capital, apenas supera el 5%.
Este fenómeno sugiere que el problema del centro no es la ausencia de líderes con trayectoria, sino una desconexión más profunda entre el discurso centrista y las expectativas ciudadanas. La narrativa de “tercera vía” o “centro radical” que caracterizó campañas anteriores parece haber perdido capacidad de movilización electoral, posiblemente porque los votantes la perciben como insuficiente ante los desafíos que enfrenta el país.
La emergencia de liderazgos outsider en la derecha
El ascenso de Abelardo de la Espriella representa un fenómeno político significativo. Sin trayectoria en cargos de elección popular y proveniente del ejercicio profesional como abogado penalista, De la Espriella alcanza niveles de respaldo electoral que superan a políticos tradicionales del uribismo con décadas de experiencia.
Este fenómeno podría interpretarse de dos maneras: como rechazo a la clase política tradicional incluso dentro de la derecha, o como búsqueda de renovación generacional que mantenga la identidad ideológica conservadora. La capacidad de De la Espriella para consolidar su liderazgo dependerá de si logra construir una estructura política sólida más allá de su reconocimiento mediático.
La consolidación tardía de la izquierda
A diferencia de otros sectores del espectro político, la izquierda logró mediante su consulta interna del 26 de octubre un proceso relativamente exitoso de unificación alrededor de Iván Cepeda. Esta consolidación temprana le otorga ventajas estratégicas: tiempo para construir alianzas, recursos enfocados en un solo candidato y una narrativa coherente de continuidad-renovación del proyecto del Pacto Histórico.
Sin embargo, el liderazgo de Cepeda también enfrenta desafíos significativos. Debe equilibrar la lealtad a la base petrista con la necesidad de expandirse hacia sectores más moderados del electorado. Su gestión del Frente Amplio será crucial para determinar si logra ampliar su base del 21% actual hacia porcentajes que le garanticen pasar a segunda vuelta o incluso aspirar a ganar en primera.
El papel determinante de las figuras expresidenciales
Aunque ni Álvaro Uribe ni Gustavo Petro son candidatos oficiales, su influencia en la contienda resulta determinante. Uribe mantiene un rol activo en la articulación de la oposición y en la definición de estrategias del Centro Democrático. Petro, desde el gobierno, mantiene capacidad de fijar agenda y movilizar recursos hacia el fortalecimiento de su candidato.
Esta “presidencialización” de la campaña por actores que no compiten directamente genera un escenario peculiar donde los debates sustantivos sobre el futuro del país quedan parcialmente eclipsados por la continuación de disputas políticas del pasado. La pregunta subyacente en estas elecciones parece ser menos “¿qué modelo de país queremos?” y más “¿continuamos o rechazamos el proyecto actual?”.
La indecisión como expresión de desconfianza sistémica
El dato más revelador de las encuestas no es quién lidera, sino la magnitud de la indecisión y el desapego. Que el 62% del electorado no tenga definido su voto a seis meses de las consultas interpartidistas y a siete meses de la primera vuelta no es simplemente un dato técnico: es una expresión de desconfianza profunda en las opciones disponibles.
Esta situación plantea dos escenarios posibles: una campaña electoral extremadamente volátil donde eventos coyunturales pueden modificar drásticamente las preferencias, o una abstención masiva que cuestione la legitimidad del proceso electoral independientemente de quién resulte ganador. Ambos escenarios representan desafíos significativos para la estabilidad democrática del país.
El análisis de las encuestas actuales revela que las elecciones de 2026 no serán simplemente una competencia entre candidatos, sino un referéndum sobre la capacidad del sistema político colombiano para responder a las expectativas ciudadanas. La fragmentación del voto, la persistencia de la polarización y los altos niveles de desconfianza configuran un escenario electoral complejo que trasciende las figuras individuales.
Los próximos meses determinarán si alguno de los candidatos actuales logra construir una coalición suficientemente amplia para garantizar gobernabilidad, o si Colombia se encamina hacia un gobierno débil, fragmentado y cuestionado desde su origen. La capacidad de los líderes políticos para leer correctamente este momento histórico y responder con propuestas que reconecten con las aspiraciones ciudadanas será determinante para el futuro democrático del país.
