Desacuerdo trasciende lo diplomático hacia lo estructural
La declaración de Donald Trump admitiendo “un problema en Colombia” representa más que una simple tensión diplomática: evidencia una fractura profunda entre dos paradigmas incompatibles sobre cómo enfrentar el narcotráfico. Esta crisis bilateral expone las limitaciones de la cooperación tradicional cuando los socios fundamentales operan desde marcos conceptuales opuestos.
El conflicto entre Washington y Bogotá trasciende las personalidades de Trump y Petro para revelar un choque entre el enfoque militarizado tradicional y las políticas progresistas de reducción de daños. La administración estadounidense mantiene su visión de que la fuerza disuasiva y la confrontación directa son efectivas, mientras Colombia bajo Petro apuesta por estrategias sociales y de sustitución voluntaria.
Lo que comenzó como diferencias de método se ha convertido en una crisis multidimensional que afecta cooperación de inteligencia, ayuda económica, relaciones comerciales y posicionamiento geopolítico. El deterioro de esta relación bilateral tiene implicaciones que se extienden más allá de ambos países hacia toda la arquitectura de seguridad hemisférica.
El contexto histórico es fundamental para comprender esta crisis. Desde el Plan Colombia en 2000, Estados Unidos invirtió miles de millones de dólares en un modelo que privilegiaba la fumigación de cultivos, el fortalecimiento militar y la captura de capos. Este enfoque generó resultados mixtos: desmanteló organizaciones criminales importantes pero no logró reducir significativamente la producción de cocaína a largo plazo.
La llegada de Petro al poder marcó un giro paradigmático. Su gobierno suspendió fumigaciones aéreas, inició diálogos con grupos armados en el marco de la “paz total”, y priorizó la sustitución voluntaria de cultivos. Esta estrategia parte de reconocer que el narcotráfico tiene raíces sociales y económicas que no se resuelven exclusivamente con represión. Sin embargo, el aumento del 10 por ciento en la producción de cocaína entre 2022 y 2023 ha debilitado la credibilidad de este enfoque.
La reacción de Trump se inscribe en su visión más amplia de “paz mediante la fuerza”. El presidente estadounidense ha ordenado ataques directos contra embarcaciones sospechosas, resultando en al menos 70 muertes. Estas operaciones, que Washington justifica como defensa de la seguridad nacional, han sido calificadas por la ONU como posibles ejecuciones extrajudiciales. Esta divergencia sobre qué constituye una respuesta legítima al narcotráfico está en el núcleo del conflicto.
La suspensión del intercambio de inteligencia por parte de Colombia representa un punto de inflexión crítico. Esta cooperación había sido el eje central de la lucha contra el narcotráfico durante décadas. Al cortarla, Petro prioriza principios sobre pragmatismo, arriesgando la efectividad operativa por mantener coherencia ética con su postura contra las operaciones letales estadounidenses.
El análisis económico revela otro nivel de complejidad. Los 450 millones de dólares anuales que Estados Unidos amenaza con suspender representan una fracción pequeña del presupuesto colombiano, pero tienen alto valor simbólico y político. Las sanciones contra Petro y su círculo, así como los posibles aranceles comerciales, podrían tener impactos más significativos. Sin embargo, Petro parece calcular que los costos políticos internos de ceder ante Trump serían mayores.
La dimensión geopolítica añade otra capa de análisis. El acercamiento de Colombia hacia China y el posible alineamiento con posturas más críticas de Estados Unidos en la región podrían estar entre los cálculos de Petro. Trump, por su parte, busca claramente influir en las elecciones presidenciales colombianas de 2026, esperando que un gobierno más afín llegue al poder. Esta instrumentalización electoral de la política exterior complica aún más la resolución del conflicto.
El rol de actores intermedios como el senador Bernie Moreno revela cómo intereses particulares pueden influir en política exterior. La supuesta “Doctrina Trump” contra Petro, que incluiría cinco pasos hasta lograr su encarcelamiento, muestra hasta qué punto este conflicto ha sido personalizado. Esta personalización hace más difícil encontrar salidas diplomáticas, pues ambos líderes han invertido capital político en sus posturas antagónicas.
El análisis de esta crisis sugiere que nos encontramos ante un punto de no retorno en el modelo tradicional de cooperación antidrogas entre Estados Unidos y Colombia. La incompatibilidad de visiones es tan profunda que cualquier resolución probablemente requerirá que uno de los dos gobiernos cambie fundamentalmente su enfoque o que ambos países acepten operar en paralelo sin cooperación significativa.
Las implicaciones trascienden lo bilateral. Este conflicto está redefiniendo las reglas del juego en las relaciones hemisféricas, cuestionando la hegemonía estadounidense en definir políticas de seguridad regional y abriendo espacios para modelos alternativos. El desenlace de esta crisis determinará no solo el futuro de Colombia, sino el margen de maniobra que tendrán otros países latinoamericanos para diseñar políticas autónomas en temas de seguridad nacional.
