Testimonios recogidos por la prensa sueca la muestran en restaurantes, fiestas privadas y círculos exclusivos, mientras en Colombia crece la controversia
En los relatos del tabloide sueco Expressen, Verónica Alcocer aparece como una figura que se mueve con soltura en la vida nocturna y social de Estocolmo.
Las crónicas la ubican en cenas privadas, mesas largas llenas de copas y reuniones donde la champaña circula sin interrupción. Es un retrato que contrasta con la imagen que muchos colombianos guardan de ella: la mujer que acompañó a Gustavo Petro desde la campaña, que bailó en plazas públicas y que se convirtió en uno de los rostros más visibles del Gobierno.
Según el reportaje, la primera dama habría pasado sus primeras semanas en Suecia en un hotel para luego instalarse en un apartamento en el centro de la ciudad, rodeado de tiendas, galerías y restaurantes de alto nivel.
En esa zona, la vida transcurre entre paseos por calles iluminadas y encuentros en cafés de diseño, lejos del ruido político de Bogotá pero muy cerca de un ambiente que combina exclusividad y discreción.
Las crónicas señalan que Alcocer frecuenta Noppes, un club privado asociado a la realeza sueca y a la élite económica del país.
Allí, según personas consultadas por la prensa, se mezcla con empresarios del champán, la relojería de lujo y la industria cosmética, entre ellos Kristofer Ruscon y Sofia Strand, además del magnate Olof Larsson y su esposa.
Son escenarios de conversación distendida, música suave y mesas donde el protocolo es reemplazado por la familiaridad de quienes comparten un mismo círculo social.
El relato sueco incluye también la voz de personas que dicen haberse cruzado con Alcocer en eventos veraniegos y fiestas privadas. Una periodista, citada por Expressen y replicada por otros medios, asegura que la vio en una celebración y que alguien comentó que “la primera dama de Colombia también vivía en Suecia”.
Según esa misma versión, Alcocer habría respondido que se sentía más tranquila en ese país, con más orden y menos ruido que en su vida pública en Colombia.
En paralelo a este retrato europeo, la biografía de Alcocer recuerda que nació en Sincelejo, cursó estudios en el Caribe colombiano y, con el tiempo, asumió un rol protagónico al lado de Petro, primero como primera dama de Bogotá y luego de Colombia.
Su estilo —marcado por el uso de prendas de diseñadores nacionales y simbología cultural—, sumado a sus viajes a escenarios internacionales, ya había generado admiración y críticas antes de que su nombre apareciera en la Lista Clinton.
Hoy, su estancia en Suecia se interpreta por algunos como un refugio frente a la presión mediática y judicial, y por otros como la expresión de un estilo de vida distante de las preocupaciones diarias de la mayoría de colombianos.
Mientras tanto, en redes sociales y medios se cruzan fotos suyas en alfombras rojas, viajes oficiales y ahora referencias a cenas en Estocolmo, componiendo un mosaico que combina glamour, política y controversia.
En este escenario, la figura de Verónica Alcocer se ubica en un punto intermedio entre lo humano y lo institucional. Por un lado, es una mujer que toma decisiones personales sobre dónde vivir y cómo relacionarse; por el otro, es la esposa del presidente, con toda la carga simbólica que eso implica para un país que discute sobre desigualdad, privilegios y ejemplo público. La pregunta de fondo es si su vida en Europa puede desligarse completamente del proyecto político que ayudó a llevar a la Casa de Nariño y de las expectativas que muchos colombianos depositaron en él.
El retrato que hace la prensa sueca de Verónica Alcocer —entre cenas privadas, clubes exclusivos y un apartamento en el centro de Estocolmo— la muestra en una faceta íntima que hoy choca con su rol como primera dama de Colombia. Entre su origen en Sincelejo, su protagonismo en la Casa de Nariño y su estancia en Suecia tras la Lista Clinton, la historia de Alcocer se ha convertido en un caso clave para entender cómo se cruzan vida personal, lujo, política y opinión pública en el país.
