Buses eléctricos: solución efectiva ante metro demorado
El caso de Bogotá plantea una paradoja urbana significativa: mientras el metro permanece como promesa incumplida durante ocho décadas, los buses eléctricos lograron en menos de diez años lo que ningún gran proyecto de infraestructura había conseguido: mejorar mediblemente la calidad del aire. Este fenómeno merece un análisis sobre las dinámicas de implementación de políticas públicas en movilidad urbana.
La diferencia entre ambos proyectos no radica únicamente en la escala o complejidad técnica. El factor determinante fue la capacidad de ejecutar decisiones con continuidad institucional, independientemente de los cambios políticos. Los buses eléctricos atravesaron tres administraciones distintas sin que el proyecto fuera desmantelado o radicalmente modificado.
La estrategia de renovación vehicular demostró que las soluciones intermedias, bien ejecutadas y sostenidas en el tiempo, pueden generar impactos más rápidos que los megaproyectos sometidos a ciclos de revisión constante. Esta lección resulta relevante para otras ciudades latinoamericanas que enfrentan dilemas similares.
El análisis del proceso revela tres elementos críticos que facilitaron el éxito de la implementación. Primero, la decisión de incorporar tecnología probada internacionalmente redujo riesgos técnicos y permitió avanzar sin necesidad de desarrollos experimentales. Segundo, la estructura contractual diseñada desde 2016 estableció compromisos de largo plazo que trascendieron períodos administrativos. Tercero, la urgencia ambiental generó consensos políticos que facilitaron la continuidad del proyecto.
El contraste con el metro resulta ilustrativo. Cada nueva administración revisó el diseño, cuestionó decisiones previas y propuso modificaciones que alargaron los tiempos. El proyecto pasó de diseños subterráneos a elevados, cambió alineamientos, modificó estaciones y acumuló sobrecostos. La búsqueda de la solución perfecta impidió la implementación de soluciones funcionales.
La estrategia de buses eléctricos operó bajo una lógica diferente: implementar, medir, ajustar y expandir. Los primeros buses funcionaron como pilotos que generaron datos reales sobre costos operativos, necesidades de infraestructura y respuesta ciudadana. Esa información permitió escalar el proyecto con menor incertidumbre.
La creación de La Rolita como empresa pública dedicada exclusivamente a buses eléctricos representó una innovación institucional relevante. Separó la operación de tecnologías limpias de la estructura tradicional del sistema, permitiendo mayor flexibilidad operativa y facilitando la expansión hacia zonas previamente desatendidas.
Los resultados ambientales no dependen únicamente de los buses eléctricos. La reducción del 24 por ciento en contaminación responde a un paquete de medidas que incluye controles vehiculares más estrictos, ampliación de infraestructura ciclista y creación de zonas de emisiones restringidas. Sin embargo, la renovación de la flota representa el componente con mayor impacto medible.
El debate actual sobre si el metro debió ser subterráneo refleja una característica recurrente en proyectos de infraestructura latinoamericanos: la dificultad para aceptar soluciones subóptimas pero funcionales. La búsqueda del diseño ideal posterga indefinidamente la obtención de beneficios concretos para la ciudadanía.
La viabilidad financiera de los buses eléctricos dependió de varios factores. Los menores costos de mantenimiento comparados con buses diésel, los ahorros en combustible y los programas de financiamiento internacional para tecnologías limpias facilitaron la ecuación económica. Sin embargo, la rentabilidad a largo plazo aún requiere evaluación completa.
La experiencia bogotana sugiere que las políticas de movilidad urbana sostenible requieren menos grandeza arquitectónica y más pragmatismo técnico. Los buses eléctricos no resuelven todos los problemas de transporte de la ciudad, pero sí entregan beneficios concretos mientras se espera la llegada de sistemas más complejos.
El verdadero desafío no consiste en elegir entre buses eléctricos o metro, sino en construir capacidades institucionales que permitan ejecutar proyectos de manera consistente. Bogotá demuestra que cuando existe continuidad política y técnica, incluso las soluciones menos espectaculares pueden transformar realidades urbanas de manera efectiva.
