La docente, pilar de su comunidad educativa, fue arrancada de su hogar en plena madrugada
Hace apenas unas horas, la profesora Janeth Rocío Osorio fue sacada sin previo aviso de su vivienda en Uribia (La Guajira). Su casa, su ruta cotidiana al aula, su espacio de paz: todo cambió en un instante.
Los hechos relatan cómo hombres armados irrumpieron en la madrugada, intimidaron a los presentes y obligaron a la maestra a abordar su propio vehículo para llevársela con rumbo desconocido.
Para los estudiantes de la Institución Etnoeducativa Integral Rural Isidro Ibarra Fernández, esta docente era mucho más que una tutora: era referente, guía, apoyo permanente. Su ausencia deja un vacío humano y emocional que trasciende lo académico.
La comunidad educativa de Uribia —en una región donde la enseñanza se ejerce a menudo en condiciones difíciles— muestra solidaridad, preocupación y un clamor común: que Osorio regrese sana y salva.
La familia espera noticias, así como sus colegas y autoridades locales. En el corazón de La Guajira, entre caminos rurales y paisajes duros, tiene lugar una lucha silenciosa por la liberación de una mujer que ha dedicado su vida a formar a otros.
El llamado del Ministerio de Educación al rescate inmediato no solo expresa una exigencia institucional, sino también el reconocimiento de que cada maestro representa una esperanza para sus alumnos, una oportunidad para la comunidad y un compromiso con el futuro.
Mientras tanto, la enseñanza se detiene brevemente, la tranquilidad se quiebra, y la región entera observa con angustia: ¿qué futuro tendrán los niños si sus educadores también corren riesgo? El secuestro de la profesora Janeth Osorio en Uribia (La Guajira) se convierte en símbolo de la fragilidad de la educación en zonas vulnerables. Más allá de cifras y comunicados, está la vida de una docente, la esperanza de sus estudiantes y el llamado urgente a garantizar que quienes enseñan puedan hacerlo en paz. Su liberación se vuelve causa de toda la comunidad.
