El proyecto combina calzadas mixtas, ciclorruta y andenes para ofrecer alternativas al transporte público saturado y al vehículo particular
Para muchos habitantes de Funza, la rutina empieza antes de que amanezca. A las cuatro de la mañana ya hay filas en los paraderos de bus hacia Bogotá, mientras quienes se desplazan en carro o moto calculan cuánto tiempo perderán hoy en los trancones de la Calle 13 o de la Calle 80.
No son raros los relatos de personas que tardan tres o cuatro horas en un trayecto que, en línea recta, podría tomar menos de treinta minutos. En ese contexto, el anuncio de un nuevo corredor vial por la Avenida La Esperanza no se lee solo como un dato de infraestructura, sino como la posibilidad de cambiar la manera en que miles de familias viven el día a día.
El convenio firmado entre el IDU y la Alcaldía de Funza plantea la estructuración de una vía de más de 7,8 kilómetros, con dos calzadas, cuatro carriles en total, ciclorruta, andenes amplios y un separador arborizado.
La conexión partirá de la Avenida La Esperanza en Bogotá y llegará a la vía perimetral de Funza, bordeando zonas residenciales e industriales que hoy dependen casi exclusivamente de los accesos saturados. Para los usuarios frecuentes, la promesa es simple de entender: más opciones para salir y entrar, y menos tiempo atrapados en medio del tráfico.
En los barrios de Funza, es habitual escuchar historias que ilustran la urgencia del proyecto. Estudiantes que deben salir dos horas antes para no perder la primera clase en Bogotá, trabajadores que calculan sus horarios pensando en el “peor escenario” del trancón y comerciantes que ven cómo el retraso en entregas les resta competitividad. Detrás de cada cifra de congestión hay rutinas alteradas, tiempo de descanso sacrificado y oportunidades que se pierden por una infraestructura que no creció al ritmo de la población de la Sabana.
La obra también tiene un componente simbólico para Funza, municipio que en los últimos años ha recibido reconocimientos nacionales por su gestión pública y proyectos sociales, pero que sigue enfrentando los límites de una movilidad colapsada.
La apuesta por un corredor moderno con espacio para bicicleta y peatones busca conectar esa agenda social con un modelo de ciudad más amable, donde moverse no sea sinónimo de resignarse al trancón.
El trazado incluye tres intersecciones a desnivel en puntos sensibles: el cruce sobre el río Bogotá, el paso por el humedal Gualí y la conexión con la vía Devisab.
Además de mejorar la fluidez del tráfico, estas obras requieren un cuidado especial por su impacto ambiental y paisajístico. Organizaciones locales insisten en que el diseño definitivo debe garantizar la protección del ecosistema del humedal y respetar la ronda hídrica, de modo que la solución de movilidad no se traduzca en un nuevo foco de presión sobre los recursos naturales.
Mientras avanzan los estudios, el corredor se ha convertido en tema recurrente en conversaciones de vecinos, foros ciudadanos y redes sociales. Algunos preguntan si realmente aliviará la congestión o si, con el tiempo, la nueva vía también se llenará de carros. Otros ven en la ciclorruta y los andenes una oportunidad para consolidar alternativas de movilidad activa y reducir la dependencia del transporte motorizado. Lo cierto es que, por primera vez en años, una parte importante de la discusión sobre el futuro de Funza gira en torno a cómo moverse mejor y no solo a cómo soportar el trancón.
Para las autoridades distritales y municipales, el reto es convertir esa expectativa en resultados concretos. La estructuración técnica hasta 2027 deberá definir cómo se financiará la obra, en qué plazos se ejecutará y de qué manera se coordinará con otros proyectos del borde occidental, como la nueva Calle 13 o el RegioTram de Occidente.
De la calidad de estas decisiones dependerá que, en unos años, los madrugones y las filas eternas sean solo un recuerdo y no la herencia que reciba la próxima generación de habitantes de la Sabana.
El corredor vial Funza–Bogotá por la Avenida La Esperanza representa, para miles de personas, la posibilidad de recuperar horas de viaje y mejorar su calidad de vida. Al integrar calzadas mixtas, ciclorruta, andenes y pasos a desnivel sobre el río Bogotá y el humedal Gualí, la obra se posiciona como una respuesta a los históricos trancones de la Calle 13 y la Calle 80. Quienes busquen información sobre el impacto humano del nuevo acceso Funza–Bogotá, las historias de los viajeros del occidente de la capital y los cambios que traerá para las familias de la región encontrarán en este proyecto un hito en la discusión sobre movilidad y bienestar en Cundinamarca.
