A la familia de Dariel Giraldo le dijeron desde Ucrania que la zona donde cayó está en manos rusas y que no es posible recuperar su cadáver
La última vez que Dariel Alonso Giraldo Morales habló con su familia en Santander, la conversación giró alrededor de asuntos cotidianos: cómo estaban los niños, si su mamá se sentía bien, si ya habían pagado los recibos atrasados. Nada hacía pensar que esa videollamada sería la despedida. Días después, el celular de su hermana volvió a sonar, pero esta vez desde un número desconocido y con un mensaje que cambió para siempre la rutina en Cimitarra y Bucaramanga: Dariel había muerto en medio de una misión en Ucrania.
Yamile Andrea Meneses Morales, su hermana, recuerda todavía el tono con el que recibió la noticia. Del otro lado de la línea, un militar le explicó que el santandereano había caído el 16 de noviembre durante un ataque con drones rusos mientras se encontraba en una trinchera junto a otros compañeros. Hubo dos muertos y un herido; fue este sobreviviente quien relató cómo los artefactos sobrevolaron la zona y, en cuestión de segundos, dejaron el lugar convertido en un campo de metralla.
Cuando Yamile preguntó por la posibilidad de traer el cuerpo a Colombia, la respuesta fue un golpe adicional. Los mandos le explicaron que el área del ataque quedó bajo control ruso y que cualquier intento por recuperar los cadáveres sería “un suicidio”. No hay rutas seguras para ingresar, ni coordinación posible con las fuerzas que hoy dominan el terreno. Así, el duelo quedó suspendido en un limbo: se sabe que Dariel murió, pero su cuerpo permanece en un frente desconocido, lejos de las montañas de Santander y del cementerio donde su madre imaginaba enterrarlo algún día.
La vida del combatiente estuvo siempre marcada por el uniforme. Según su familia, Dariel prestó servicio militar en el Batallón de Infantería General Rafael Reyes Prieto, en Cimitarra, y desde entonces se enamoró de la disciplina castrense. Al no poder seguir en la institución, buscó empleos como guarda, supervisor y escolta en Bucaramanga, pero jamás dejó de cuidar sus prendas militares: las llevaba a la casa de su mamá para que se las arreglara y hablaba con nostalgia de los días de formación en el Ejército.
Esa mezcla de nostalgia y necesidad económica lo llevó, en junio, a tomar la decisión de viajar a Ucrania. Reunió dinero para los trámites, sacó el pasaporte y se subió a un avión con la idea de ganar un salario mucho mayor al que le pagaban como vigilante en Colombia. “Amaba la vida militar”, recuerda su hermana; para él, volver a uniformarse no solo era una oportunidad laboral, sino una forma de recuperar una parte de su identidad que nunca había soltado.
Hoy, las paredes de la casa familiar en Cimitarra están llenas de fotografías de Dariel con uniforme, y el duelo se sostiene a partir de recuerdos y mensajes guardados en los celulares. No hay ataúd que acompañar ni cuerpo sobre el cual rezar. La madre y los hijos del santandereano han tenido que transformar las ceremonias tradicionales en actos simbólicos: velas frente a un retrato, misas por su alma y conversaciones interminables en las que buscan darle sentido a una muerte ocurrida a miles de kilómetros, en una guerra que solo conocían por televisión.
Mientras tanto, la familia pide respeto por la decisión que Dariel tomó al irse a combatir. Aseguran que no fue una elección motivada solo por el dinero, sino también por la frustración de no sentirse valorado en su trabajo como guarda en Santander. En su memoria, quieren que se hable de él como un hombre que buscó un futuro mejor para los suyos, aunque ese intento terminara costándole la vida en una trinchera ucraniana de la que, según les dijeron, nadie podrá sacar su cuerpo.
La historia de la familia de Dariel Giraldo, que enfrenta un duelo sin cuerpo ni repatriación posible, refleja el rostro humano de los santandereanos muertos en la guerra de Ucrania. Sin posibilidad de traer los restos desde una zona dominada por fuerzas rusas, sus allegados en Cimitarra y Bucaramanga recurren a actos simbólicos para despedirlo y cuestionan, al mismo tiempo, la falta de reconocimiento a oficios como la vigilancia y la escolta en Santander. Este caso se convierte en una referencia clave para entender cómo viven el dolor los hogares colombianos marcados por un conflicto lejano, pero con impacto directo en la región.
