La maquilladora de 28 años iba de visita a casa de una amiga cuando una bala le atravesó el brazo en el norte de Bogotá
A las 2:20 de la tarde del jueves, Laura Vega cerró la puerta de su casa pensando en recetas, no en disparos. Iba camino a la vivienda de una amiga, donde se habían citado para hornear galletas, un plan sencillo que la sacaría por un rato de la rutina de trabajo como maquilladora. Tomó la carrera 15, audífonos puestos, y avanzó sin prisa por la zona de Unicentro, un sector que para muchos bogotanos es sinónimo de centros comerciales, oficinas y cafés llenos.
Al llegar a la esquina de la calle 109 sintió un impacto en el brazo izquierdo. No fue un dolor punzante, sino un golpe seco que la confundió. Pensó que quizá alguien la había empujado o que se había golpeado con algún objeto, pero segundos después escuchó un disparo y vio policías pasar en motocicleta. El paisaje de vitrinas y edificios residenciales se convirtió, de repente, en el telón de fondo de una persecución armada.
“Cuando me miré la ropa, vi un hueco y mucha sangre”, contaría después. En shock, se quitó la chaqueta y el bolso para revisar el brazo; allí estaba la marca del recorrido de la bala: un orificio de entrada y otro de salida a pocos centímetros de distancia. Una persona que caminaba cerca se acercó a ayudarla, confirmó que se trataba de un disparo y le dijo que debían buscar refugio y pedir una ambulancia.
Laura entró a la portería de un edificio cercano, donde el vigilante y algunos residentes intentaron detener la hemorragia. Minutos después llegaron uniformados de la Policía, quienes le explicaron que estaban persiguiendo a dos hombres que acababan de robar y apuñalar a un ciudadano. Le dijeron que los delincuentes se habían enfrentado con arma de fuego y que, en medio del intercambio, ella había resultado herida. La versión, sin embargo, no la convencía: “Para mí, la bala que me impactó fue de los policías”, les dijo.
Como la ambulancia tardaba, decidieron que lo más rápido era ir en taxi a la Fundación Santa Fe. Allí, médicos de urgencias la recibieron y comenzaron una batería de exámenes. La historia clínica, a la que tuvo acceso EL TIEMPO, registra la lesión como “herida por arma de fuego por bala perdida en región posterior del antebrazo”, en una paciente de 28 años, y describe que el proyectil no afectó vasos sanguíneos ni huesos. Para Laura, el alivio de saber que no perdería la movilidad se mezcló con la rabia de entender que todo había pasado cuando solo iba a visitar a una amiga.
Mientras ella estaba en la portería, relata, vio a dos policías caminar por el andén buscando la vainilla de la bala. Según cuenta, la encontraron y la guardaron, conscientes de que esa pequeña pieza de metal podría revelar qué arma fue disparada gracias a la huella balística que deja cada cañón. Desde entonces, la joven espera que los peritos balísticos hagan su trabajo y le den una respuesta clara sobre el origen del disparo.
“Yo les dije que sabía que habían sido ellos, y ni me lo negaron ni me lo confirmaron”, recuerda. Tras la atención médica, le informaron que la Fiscalía se comunicaría con ella para tomarle declaración en los siguientes días, pero hasta ahora —cuatro días después del incidente— nadie la ha llamado. En redes sociales, donde compartió parte de su historia, muchos usuarios le han expresado solidaridad y han pedido que el caso no quede en el olvido, como ha ocurrido con otras víctimas de balas perdidas en la ciudad.
La historia de Laura Vega, la joven maquilladora herida por una bala perdida en la calle 109 con carrera 15, humaniza una estadística que suele verse como lejana. Su relato sobre cómo una caminata cualquiera terminó en una visita a urgencias por un disparo en el brazo resume el temor de muchos bogotanos frente a las balaceras y persecuciones en zonas residenciales. Mientras espera los resultados de la investigación y del análisis balístico, Laura pide que su caso sirva para revisar protocolos y evitar que más ciudadanos terminen heridos por balas perdidas en las calles de Bogotá.
