Once víctimas, dos menores críticos

El atropello múltiple en San Cristóbal evidencia la fragilidad de la seguridad vial barrial frente a conductores en estado de embriaguez. En segundos, una cuadra residencial se convirtió en escena de emergencia con once lesionados.
El caso activa preguntas recurrentes: ¿son suficientes los controles?, ¿opera la disuasión?, ¿qué hace falta en prevención comunitaria?
La evidencia internacional coincide en que el alcohol multiplica el riesgo de siniestros y agrava su letalidad. En vías locales, donde peatones y niños conviven con vehículos, el umbral de tolerancia debería ser nulo.
Aquí, el conductor fue capturado y la alcoholemia habría salido positiva. La respuesta penal inmediata es necesaria, pero insuficiente sin control sistemático y seguimiento a reincidencia.
El vehículo registra comparendos por exceso de velocidad y recogida indebida. Esa trazabilidad es valiosa para diseñar alertas tempranas y medidas preventivas sobre flotas con historial. Operativos de alcoholemia focalizados en fines de semana y horas nocturnas reducen riesgos si se combinan con pedagogía, patrullaje visible y sanciones efectivas.
Los barrios requieren urbanismo táctico: reductores, señalización luminosa, bolardos y “zonas 30” que obliguen a disminuir la velocidad. La infraestructura salva vidas cuando el comportamiento falla. En atención a víctimas, la ruta integral —médica, psicológica y jurídica— resulta clave. La coordinación interinstitucional alivia cargas a familias en momentos críticos.
La transparencia del proceso —peritajes, videos, avances— fortalece confianza ciudadana y facilita justicia oportuna. El caso de San Cristóbal recuerda que prevención, control y diseño vial deben actuar al tiempo. Mientras avanza la investigación, el llamado es claro: tolerancia cero al alcohol al volante. El tema sigue en desarrollo.
